La cómoda estadía de Hernán Cortés en la ciudad de Tenochtitlán fue interrumpida con la llegada de un mensajero que traía noticias del desembarco en las costas del Valle de México de un tal Pánfilo de Narváez. Enviado por el gobernador de Cuba con órdenes de arrestar a Cortés por su expedición ilegal, Narváez marchaba acompañado de más de mil españoles bien equipados y listos para luchar.
Durante meses Cortés había vivido como un rey en la capital de los mexica, principalmente porque el tlatoani Moctezuma II -monarca de aquella tierra- era su prisionero. Moctezuma había cometido el error de confiar en los españoles, quienes con falsas promesas de amistad lo tomaron rehén para asegurar que nadie se atreviese a hacerles daño. Aprovechándose de esta manera de la gente de aquella cultura, los españoles exigieron tributos de oro, joyas, ropa, comida e incluso mujeres.
Para evitar enfrentar a la justicia española o perder el dominio que tenía sobre los mexica, Cortés tuvo que dividir sus fuerzas y abandonar la ciudad acompañado de menos de cien hombres. En su ausencia, el capitán Pedro de Alvarado estaría a cargo del resto de sus hombres y de mantener vigilancia sobre Moctezuma y su ciudad.

En vez de luchar abiertamente contra un ejército numéricamente superior, Cortés organizó a sus hombres para que en la noche se infiltraran en el campamento de Narváez -quien estaba refugiado en la ciudad de Cempoala- y lo tomaran prisionero. Una vez hecho esto, el conquistador convenció a los hombres de Narváez de que se uniesen a su expedición, prometiéndoles que se harían ricos con los tesoros de Moctezuma.
A través de tan arriesgada táctica Cortés transformó a su pequeña banda de soldados en un verdadero ejército con el que marchaba de regreso a Tenochtitlán. Las cosas no podían verse mejor para Cortés, pero drásticamente cambió su fortuna cuando le informaron que en su ausencia una rebelión había ocurrido en la capital mexica debido a que Alvarado había tenido la «brillante» idea de masacrar civiles desarmados que celebraban una fiesta religiosa en el Templo Mayor.

Al llegar a Tenochtitlán, la recepción que recibió Cortés fue completamente distinta a aquella que había tenido la primera vez que entró a tal metrópolis. Las calles de la ciudad estaban completamente vacías y el silencio que sentían los hombres era similar al que precede a un gran cataclismo.
La tranquilidad se rompió cuando entraron al Palacio de Axayâcatl, donde Alvarado estaba refugiado con el resto de sus hombres y aliados tlaxcaltecas. En cosa de minutos el templo fue rodeado por un gran ejército de guerreros que pacientemente habían esperado a que todos los españoles estuvieran juntos para así poder matarlos con más facilidad.
Con flechas y rocas, los mexica atacaron durante días a los españoles y sus aliados que se defendían desde las ventanas del templo con ballestas y arcabuces. Los miles de guerreros que rodeaban al palacio eran implacables y cuando un español lograba matar a uno, éste era reemplazado por veinte más que tomaban su lugar. Rápidamente la presión se acumulaba sobre la cabeza de Cortés y cuando se enteró de que varios de los hombres que habían servido bajo Narváez cuestionaban su liderazgo, ordenó a Moctezuma que saliese a la azotea para que calmara a sus súbditos.

En el breve diálogo que ahí ocurrió, los guerreros de Tenochtitlán le dijeron a su tlatoani que habían elegido como líder a Cuitláhuac, señor de Iztapalapa, y que no dejarían de luchar hasta que todos los españoles estuviesen muertos. Según fuentes españolas de la época, en ese momento varias piedras fueron lanzadas contra Moctezuma, hiriéndolo fatalmente. De esta manera relató Cortés lo ocurrido en una carta al emperador Carlos V:
«Y yo le hice sacar y en llegando a un pretil que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía, le dieron una pedrada los suyos en la cabeza, tan grande, que de allí a tres días murió y yo le hice sacar así muerto a dos indios que estaban presos y a cuestas lo llevaron a la gente y no sé lo que de él hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra y muy más recia y muy cruda de cada día.»
Con la muerte de Moctezuma los españoles se dieron cuenta de la grave situación en la que se encontraban. Mantenerse más tiempo ahí significaría una muerte certera por hambre o por falta de suministros para tratar las heridas que les infringían. No hubo otra opción sino el escape, por lo que Cortés ideó otro plan atrevido que quizás les permitiría abandonar la ciudad en el momento apropiado.
Como Tenochtitlán yacía sobre un lago, construir puentes improvisados sería imperativo para poder cruzar por los salidas que habían sido intencionalmente dañadas por los mexicas. Los españoles tendrían que escapar por estos caminos con sus aliados de Tlaxcala, quienes los guiarían hacia tierras amigas. Varios días estuvieron preparándose para el escape hasta que en la noche del 30 de junio de 1520 la lluvia les dio las mejores condiciones para fugarse.

Más de mil soldados españoles y sus dos mil aliados de indígenas salieron de Tenochtitlán con caballos, cañones, prisioneros y -por supuesto- el gran tesoro robado a Moctezuma. Si querían salir con vida tendrían que moverse en absoluto sigilo, ya que la marcha hasta Tlaxcala sería larga y agotadora.
Una mujer anciana, que había salido a buscar agua para beber durante la noche, vio como escapaba el ejército enemigo y rápidamente informó a los centinelas lo que estaba pasando. En pocos minutos miles de guerreros salieron a perseguir a sus enemigos, dando inicio a la batalla más brutal que Cortés hubiese visto hasta el momento.
Al escuchar los gritos de los guerreros enemigos, Cortés -que iba con sus jinetes al frente del ejército- galopó lo más rápido que pudo para llegar a tierra firme. Desde esa posición segura vio cómo el resto de su ejército era interceptado por cientos de canoas repletas de guerreros, quienes además eran asistidos por las flechas, jabalinas y piedras lanzadas desde los muros de la ciudad que mataban con gran eficiencia a los españoles y sus aliados. En poco tiempo el lago sobre el cual yacía Tenochtitlán se llenó de los cuerpos de quienes morían en combate y también de quienes habiendo caído al agua y se habían ahogado por el peso de sus armaduras o el oro del que no se querían desprender.

No hay un número exacto de las bajas de aquella batalla, pero se sabe que fueron muchos los españoles y tlaxcaltecas que murieron en el encuentro. Quizás lo que más lamentaron los sobrevivientes no fue la pérdida de vida humana, si no la gran parte del tesoro de Moctezuma que se quedó bajo el agua, como recuerda Cortés:
«Y dejando aquella gente a la delantera, torné a la rezagada donde hallé que peleaban reciamente y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles, como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban y así a todos los mataron y muchas naturales de los españoles; y así mismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro, joyas, ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda la artillería.»
Cuando Cortés vio los pocos hombres que llegaban vivos -pero muy heridos- a tierra firme, entre los que se encontraba el mismo Pedro de Alvarado que había causado todo este desastre, se dio cuenta del terrible escenario en el que estaba y ante la incertidumbre de no saber si lograrían salir vivos de ahí no pudo evitar llorar.

Por días los españoles estuvieron corriendo de los guerreros hasta que finalmente en Otumba lograron una importante victoria que les garantizó llegar en relativa paz a Tlaxcala. Sin embargo, la derrota de Cortés fue tan absoluta que sus planes de conquista se aplazaron por más de un año. Así fue como ocurrió el episodio que hoy recordamos como «La Noche Triste».
Da un poco de vergüenza leer este post, la desinformación es suficientementemente grave como para pasar muchas cosas por alto, lo cual habla de la calidad general del texto. Por ejemplo Alvarado no tuvo la brillante idea de masacrar a nadie, sino que se temía una emboscada durante la ceremonía. Fuera cierto o no lo de la emboscada eso es lo que adujo Alvarado y hasta es posible que fuera cierto, pero el caracter impetuoso de Alvarado genera muchas dudas, pero era evidente que ponerse a matar a gente en esa ceremonía no era una buena idea y algún motivo pudo tener, está recogido en cualquier texto que hable de ese hecho, deberías haberte ahorrado el tono, Y por otro lado no creo que lloraran más por el oro que por los amigos que alli se perdieron (bien se sabe que Cortés lloró desconsoladamente cuando perdió a uno de sus sirvientes mexicas que iban con él), los conquistadores también tendrían sus sentimientos por aquellos que eran sus compañeros digo yo. Si Cortés recoge la perdida del oro (después de recoger la de vidas humanas) es porque ese tema era de sumo interés para la Corona y a la vez quedara claro el momento en que se perdió. No fuera a ser acusado de apropiarselo indebidamente. Un poco de menos sesgo harían algo interesante estos artículos, hay que ser más riguroso y menos parcial para hablar de historia. Esto es no es fútbol.
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