Cuando comienza el segundo mes del año se celebra Tlacaxipehualiztli, la ceremonia de desollamiento con la que Xipe Tótec -señor que no tiene piel propia- usa su poder divino para nuevamente transformar las áridas y secas tierras en campos fértiles listas para el cultivo del maíz que alimentará a millones.
Al menos esto es lo que creían quienes hoy llamamos aztecas, pero que en realidad se referían a sí mismos como mexica, aquella gente guerrera que antes de la llegada de los españoles había logrado consagrar uno de los imperios más grandes del continente americano.

Localizado en el Valle de México, el Imperio Azteca fue uno de los grandes poderes que a través de la triple alianza de las ciudades-estados de Texcoco, Tlacopán y Tenochtitlán estableció un fuerte dominio sobre toda la región. Fue tan maravilloso el desarrollo urbano logrado que cuando los primeros españoles vieron Tenochtitlán -la capital del imperio- se sorprendieron con su magnitud, que se comparaba fácilmente con las grandes metrópolis europeas. Aunque claro, la llegada de los españoles también significó la destrucción del imperio y de una gran parte de su tradición cultural.
Lo que se rescató de la cultura mexica se debe en gran parte a los misioneros que viajaron a estas tierras durante los primeros años de conquista. Por ejemplo, el franciscano Bernardino de Sahagún -quien puede ser considerado uno de los primeros etnólogos en la historia- trabajó durante toda su vida junto con los nativos americanos para crear el libro «Historia general de las cosas de la Nueva España», un compilado de varios tomos escritos en español y náhuatl que hablan de todos los aspectos del diario vivir mexica.

Explicando el modo de vida de los mexica, Sahagún esperaba facilitar la tarea de conversión que tendrían los misioneros que poco a poco llegaban a esta tierra re-bautizada como «Nueva España». De esta manera, los misioneros se fueron familiarizando con el increíble panteón mexicano y los rituales que solían realizar anualmente para rendirles culto, los cuales frecuentemente exigían extraordinarios sacrificios humanos.
El festival de la desolladura de hombres
Tlacaxipehualiztli, el festival de la desolladura de hombres, era uno de las celebraciones más violentas. Durante un mes se rendía culto a Xipe Tótec, quien además de ser patrón de los orfebres era el responsable de traer la lluvia primaveral que hacía crecer los cultivos de maíz, lo que lo convertía en una de las deidades más importantes de los mexica.
Xipe Tótec, cuyo nombre traducido al español es «nuestro señor el desollado», era un dios proveniente de los Yopi, que vivían en las costas de Zapotlán, y que se distinguía por su particular apariencia. En el arte mexica siempre es representado con cuatro manos y cuatro pies porque viste con la piel de un hombre desollado. Su color es el amarillo, porque así se ve la piel cuando se desprende de la carne, y además suele llevar en las manos un escudo y un Chicahuaztli, que es un instrumento de percusión que imita el sonido de la lluvia. Sahagún lo describe de la siguiente manera:
“Tiene la cara pintada como las plumas de las codornices; sus labios abiertos. Tiene en la cabeza un gorro de Yopi abierto. Tiene vestida una piel, que es piel humana. Su cabellera, rala; sus orejeras, de oro. Su faldellín, de color de zapote. En sus piernas, puestas sonajas. Sus sandalias. Su escudo con círculos rojos. En su mano, parado un palo de sonajas”

A pesar de no provenir originalmente de la cultura mexica, Tótec es considerado uno de los dioses más importantes por ser el responsable de hacer que vuelva a crecer la vegetación en primavera. En el Tlacaxipehualiztli, festival rendido en su honor, los mexica mezclaban danza, juego y canto con sacrificios humanos, desollamiento y canibalismo de prisioneros que habían capturado en alguna de sus varias guerras.
El primera día de esta celebración comenzaba después del medio día con un baile entre prisioneros y quienes los capturaron. Al anochecer los prisioneros eran llevados a los calpulcos, que eran edificaciones donde los cautivos eran preparados para su eventual sacrificio. Aquí los prisioneros eran bautizados como Xipeme o Totoecti, nombres que en español se traducen respectivamente como «desollado» y «muerto en honor a Totec«.

En el segundo día, los dueños de los prisioneros iban al templo de Huitzilopochtli a hacerle entrega a los sacerdotes de los xipemes. Los hombres de fe agarraban del cabello a los prisioneros y los arrastraban hasta la cima del templo, donde les cortaban el pecho con un cuchillo de obsidiana y les arrancaban el corazón.
Pero el ritual no terminaba ahí. El cuerpo muerto era lanzado por las escaleras, que se golpeaba continuamente hasta llegar a la base del templo. Ahí, otro grupo de sacerdotes se encargaba de desollar el cadáver. Ya sin piel, los cuerpos eran llevados de vuelta a los calpulcos, donde eran desmembrados para ser preparados como comida en un caldo de maíz. Moctezuma, emperador de los mexica, tenía el privilegio de recibir para comer uno de los muslos de cada prisionero. El resto lo repartía el guerrero que dio captura al xipeme entre sus amigos y familiares.
Al siguiente día más xipemes eran preparados para ser sacrificados. Sin embargo, en esta ocasión no se les llevaría al templo de Huitzilopochtli, si no que a una arena de combate donde los harían participar en un espectáculo en el que eran amarrados desde la cintura a una gran piedra y se les hacía entrega de espadas de juguete para luchar contra guerreros águila y jaguar armados con espadas de obsidiana.

Cuando un prisionero caía muerto, el gran sacerdote tomaba su corazón y drenaba un poco de su sangre para ofrecerlo como tributo al sol. El resto del cuerpo era nuevamente transportado a los calpulcos para ser desollados y usados como alimento.
En este lugar se le ofrecía la carne del prisionero al guerrero que lo capturó. Sin embargo, este debía negarse a comer de aquel morboso plato, argumentando que comer ese plato sería como si comiese su propia carne, ya que a través del vínculo que había establecido previamente con el xipeme, este se había convertido en parte de su propio ser.
Para conmemorar al xipeme muerto, el guerrero debía bailar con su cabeza en la arena donde le habían dado muerte. En tal lugar debía tomar la cuerda con la que lo habían amarrado y hacer reverencia a las cuatro partes del mundo, para luego danzar y cantar llorando y gimiendo como quién llora a los muertos.

La piel desollada del xipeme ahora le pertenencia al guerrero con el que se vinculó y éste podía prestarla a otros para que la vistiesen y usaran para mendigar tributo en las calles. Los amigos y familiares del captor limosneaban vestidos con la piel del xipeme y luego le hacían entrega del botín conseguido al dueño de la piel, quien repartía lo conseguido como considerase conveniente.
Por veinte días realizaban esta celebración. Durante este tiempo la piel comenzaba a apestar terriblemente y adquiría lentamente un color negro a medida que se descomponía. Antes de finalizar el festival, Moctezuma organizaba una celebración en su palacio donde iba gente de las ciudades vecinas que veía bailar a los guerreros mexicas vestidos con las pieles desolladas. A través del baile, Moctezuma le hacía saber a sus vecinos qué les pasaría si se rehusaban a pagar tributos a la triple alianza.
Finalmente, las pieles eran enterradas a los pies del templo de Xipe Tótec para dar conclusión al festival. Ahí perduraría el hedor putrefacto y se preservaría el poder divino con el que estaban cargadas. De esta manera, los mexica simbolizaban el proceso de renovación de la naturaleza y además establecían su dominancia política a través de la intimidación.
En cierta manera fue esta manera de pensar la que ocasionó el fin del imperio. Después de todo, cuando apareció Cortés prometiendo dar fin al yugo de los mexica, fueron miles las tribus de nativos que logró persuadir para que pelearan junto a sus huestes. ¿Habría contado con tanto apoyo si Moctezuma no hubiese utilizado tácticas tan brutales para intimidar a sus vecinos?